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Gran Hotel - La boda de Maite - Fan fic 2

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Se miraba al espejo mientras se peinaba, no podía evitar sonreír. Aquel era el día más feliz de su vida, habían sido dos años de ensueño mientras ayudaba a su futuro marido, su futura suegra y a la madre de su mejor amiga a sanear las cuentas del Gran Hotel. A pesar de acabarse de levantar estaba radiante, observó su blanco traje, ¡que hermoso era!. Se puso a recordar todo lo que había pasado, aquel primer beso que se dieron totalmente borrachos y todo lo de después. Que diferente era Andrés de Julio, aquel amor equivocado del que por suerte se había llegado a olvidar. Recordó al pequeño Carlos, era el bebé más bonito que había visto, el fruto del vientre de su gran amiga Alicia.

Llamaron quedamente a la puerta. Maite se bajó de su ensimismamiento y fue a abrir. Era Natalia, antigua doncella a quien había elegido como ayuda de cámara.

¡Buenos días, Natalia! - dijo con su radiante y preciosa sonrisa. Estaba tan contenta que no podía disimular. Su interlocutora sonrió también al verla.

Buenos días, señorita. - inclinó la cabeza, la verdad es que ayudar a Maite era mucho más agradable que servir mesas abajo. La abogada era una gran persona – Han llegado algunos invitados.

Estupendo, deja que acabe de asearme y bajo.

¿Necesita ayuda?.

No, ahora no, no te preocupes. Luego, para ponerme el traje de novia, sí. Baja y di a los invitados que enseguida bajo. ¿Les está atendiendo alguien?.

Sí, la señora de Alarcón.

Muy bien, puedes retirarte, Natalia. Gracias.

La doncella cerró la puerta, y de nuevo Maite se quedó a solas. Estaba tan feliz que creía que iba a estallar. Terminó de peinarse y se vistió, se puso un traje de chaqueta color crema claro que resaltaba aún más sus hermosos y brillantes ojos castaños. Bajó y vio a los invitados. Andrés no podía recibirles porque traía mala suerte que los novios se vieran antes de la boda, pero Teresa la saludó y le dio un abrazo.

Buenos días, Maite, estás radiante.

Buenos días, Teresa. Gracias, la verdad es que no puedo disimular mi felicidad. - dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja. - ¿Dónde está Ángela?.

Te mereces ser feliz después de lo mucho que nos has ayudado. Ángela está ayudando a Andrés a vestirse, están en su habitación.

Fue entonces cuando Maite oyó una voz a sus espaldas.

Buenos días, señorita Ri-Ri-Ribelles.

Sonrió al oír el tartamudeo hecho a posta, se dio la vuelta y vio la familiar mata pelirroja que tantas veces había contemplado moverse en su antiguo bufete en Barcelona. Se lanzó a los brazos de su pasante.

¡Jonás, bienvenido!. Qué ilusión que hayas podido venir.

¡Hola, Maite! - dijo el joven pecoso con alegría – Creo que esta vez sí que vas a pasar por la vicaría.

Sí, esta vez me han enganchado bien ja, ja, ja.

Permíteme presentarte a mi prometida, Yolanda. Acércate, cariño.

Se acercó una chica un poco más baja que Maite, con el rostro redondeado, la piel clara y el cabello rubio, vestida de azul. Parecía una versión en miniatura de Alicia.

Hola, señorita Ribelles, ¿cómo está?.

Es Maite, Yolanda. Bienvenida al Gran Hotel – dijo ella dándole un abrazo. - Y qué, ¿cómo va por Barcelona, Jonás?. - se dirigió a su amigo ahora.

Bien, aunque se te echa en falta, sin ti el bufete no es lo mismo.

Pronto lo será, porque me gustaría abrir uno aquí, en Cantaloa. Me gusta la idea de hacerles la vida imposible a ciertos policías... ya los conocerás – puso una sonrisa pícara cuando dijo esto - ¿Por qué no os venís aquí?. Me encantaría volver a trabajar contigo, Jonás.

Vaya, pensaba que ahora que tenías dinero...

¿Iba a dejar de trabajar?. ¡Creo que no he trabajado tan duro como en estos dos años!. Parece mentira que no me conozcas, Jonás, sabes que la vida de rica pomposa no va conmigo...

Tenía que ser mi hermana la que dijera eso. – dijo una voz familiar a sus espaldas. Maite se dio la vuelta, y allí estaba, frente a ella. Se echó a sus brazos, emocionada.

¡Daniel! ¡Has venido! ¡Gracias a Dios!. - le dio un beso en la mejilla, tras lo cual le miró de arriba abajo – ¡Pero que guapo estás!. Cuanto tiempo sin verte... siento de veras que haya sido así.

No te preocupes... bueno, ya te he hablado de Elena en mis cartas. - la esposa de Daniel, una chica alta y con el pelo castaño, se acercó a la pareja y abrazó a Maite.

Hola, Maite, encantada de conocerte.

Lo mismo digo, Elena, bienvenida a Cantaloa.

Tengo una sorpresa para ti, Maite, no he querido decírtelo hasta ahora. - dijo Daniel.

Vaya, ¿qué es?.

Ven con nosotros.

Los tres salieron al exterior del Gran Hotel, y allí, entre otras cosas, vieron un coche de bebé cuidado por un mayordomo.

Maite, – dijo Daniel cogiendo al bebé en brazos – te presento a Álvaro, tu sobrino. - La abogada abrió los ojos de par en par.

Ay, déjame cogerle. – su hermano obedeció - ¡Pero qué bonito es!. Hola, Álvaro, soy tu tía Maite. - acunó al niño con gran ternura.

Maite... - le dijo su hermano – tengo que hablar contigo, ¿podemos ir a un sitio más privado?.

Sí, claro. – dijo ella dándole el niño a su madre – Vamos a mi habitación, tengo que cambiarme dentro de un rato, así que podemos hablar antes. – se giró hacia su cuñada y dio un beso al niño. - Encantada de conocerte, Elena, luego nos vemos.

Lo mismo digo, Maite. ¡Hasta luego!.

Subieron juntos las escaleras del hotel hasta llegar a la habitación de la chica. Cuando entraron, su hermano señaló el canotier colgado en la percha.

¿Te trajo suerte? - preguntó.

¡Ya lo creo! - respondió ella sentándose en la cama y ofreciéndole una silla – Bueno, dime, Daniel.

Es sobre Padre... - la expresión de la chica cambió.

Daniel... no quiero hablar de él. Llevo más de cinco años separada de vosotros por su culpa. El entierro de madre, vuestra boda, el bautizo de Álvaro... me he perdido todo eso, y no sabes como me duele... sé que es nuestro padre, pero no ha hecho más que apuñalarme el corazón con su rectitud.

Se está muriendo, Maite. Le quedan meses de vida, la tuberculosis le está royendo las entrañas. Los médicos han dicho que no hay solución. - ella bajó la vista con expresión sombría.

Es triste, pero sé que no me va a recibir, y tú también. Tenías que haberme dicho esto después de casarme, no ahora. Voy a cambiarme, Daniel, vete, por favor. - puso un timbre de dureza en su voz - Dile a Teresa que indique a Natalia que suba, luego hablamos. - su hermano se quedó pensativo unos instantes, pero finalmente dijo:

De acuerdo, Maite.

Cerró la puerta, bajó dejándola con sus pensamientos, y al rato subió Natalia. Ambas cogieron las enaguas blancas y empezaron a vestir a la abogada. Cuando le estaba atando el corsé, Maite le preguntó:

Natalia... ¿cómo fue el día de tu boda con Antonio?.

Muy feliz, señorita Ribelles.

No me llames así.

De acuerdo... señora de Alarcón – dijo la sirvienta dubitativa.

Odio el servilismo, Natalia, y llevas siendo mi ayuda de cámara desde hace algo más de un año. Por favor, tutéame y llámame Maite, aunque sea en privado.

De acuerdo, señor... Maite.

Cuéntame qué paso momentos antes de la boda, por favor.

Pues... me puse el vestido con ayuda de una amiga. Era bonito... no como este, claro...

Seguro que era muy bonito, y te sentaría muy bien. Y luego, ¿qué pasó?.

Pues me dirigí al altar de la mano de mi padre, y él me entregó a Antonio. - tras decir esto, le acabó de atar el corsé y pasó a ponerle el vestido. Cuando le acabaron de poner la aparatosa prenda, Maite le dijo:

Está bien, Natalia, ya me acabo de arreglar yo, me gusta maquillarme sola. Puedes tomarte un rato libre, descansa, después de la boda me harás falta abajo. Si los del servicio no estáis, ya veo a mi marido sirviendo mesas en vez de estar conmigo. – le dijo sonriendo.

¡Vaya, muchas gracias, señori... Maite!. Cómo se nota que lo conoces bien. Pues después de la boda, nos vemos. – se fue de la habitación, muy contenta. Maite la siguió con la mirada. Cuando se marchó, su rostro se ensombreció ligeramente.

Se miró al espejo, se sentía muy feliz a pesar de todo. Era un día perfecto, su familia, sus amigos... pero faltaba alguien. Se había endurecido con los años, se había acostumbrado a ser una mujer en un mundo de hombres, a enmascarar sus sentimientos... pero, aún así, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran y una lágrima se le escapase cuando mencionó una sola palabra:

Papá...

Se secó los ojos y empezó a maquillarse para la boda. Nada le iba a estropear aquel día, ni siquiera el recuerdo de su padre moribundo. No obstante, pese a las numerosas cuchilladas que aquel hombre había dado en su corazón, era su progenitor. Era cierto, la había repudiado, pero también le había inculcado numerosos valores. Tomaba ejemplo de su rectitud y su saber estar, su padre había sido un hombre muy valiente que había levantado un imperio con sus propias manos.

Maite suspiró y acabó de arreglarse. Se puso de pie y se miró al espejo. Estaba guapísima. Iba a casarse con el hombre más bueno del mundo, algún día crecería en su interior un niño tan bonito como Carlos o Álvaro. Nada podía quitarle eso... nada.

Bajó las escaleras llena de ilusión y esperanza.

FIN
Segunda parte del relato sobre Maite, personaje de la serie Gran Hotel interpretado por la actriz Megan Montaner
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